En la Biblia, el nombre de una persona a menudo representa su carácter, y un nuevo nombre indica un nuevo carácter. Este nuevo nombre no se parece al anterior, sino que ocupa su lugar y es diferente.
En el Antiguo Testamento el Señor habla sobre un nuevo nombre que se les dará a Sus hijos en la Nueva Tierra: “Entonces verán las gentes tu justicia, y todos los reyes tu gloria; y te será puesto un nombre nuevo, que la boca de Jehová nombrará” (Isaías 62:2). En este versículo, el Señor prometió dar un nuevo nombre, un nuevo carácter, modelado según el de Dios. Isaías también agrega, “Y dejaréis vuestro nombre por maldición a mis escogidos, y Jehová el Señor te matará, y a sus siervos llamará por otro nombre” (Isaías 65:15).
Y en el Nuevo Testamento, el Señor promete lo mismo: “El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. Al que venciere, daré a comer del maná escondido, y le daré una piedrecita blanca, y en la piedrecita escrito un nombre nuevo, el cual ninguno conoce sino aquel que lo recibe” (Apocalipsis 2:17). Aquí, al cristiano se le promete un “nombre nuevo”, es decir, un carácter nuevo y diferente, modelado según el de Dios. Este nuevo carácter es el fruto de la obra del Espíritu Santo en la vida del creyente (Romanos 8:29).
Juan el revelador agrega, “Al que venciere, yo lo haré columna en el templo de mi Dios, y nunca más saldrá de allí; y escribiré sobre él el nombre de mi Dios, y el nombre de la ciudad de mi Dios, la nueva Jerusalén, la cual desciende del cielo, de mi Dios, y mi nombre nuevo” (Apocalipsis 3:12).
Dado que un nombre implica personalidad y carácter, la promesa aquí es que los que venzan recibirán la marca permanente del carácter de Dios; la imagen de su Creador se reflejará plenamente en ellos a través de Su gracia cambiante (Colosenses 3:10).
En Su servicio,
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