Cristo realmente murió por cada persona
Cristo murió por cada persona en la tierra sin excepción. “Y él es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo” (1 Juan 2:2). Jesús murió para salvar a toda la humanidad de las consecuencias de su propio pecado, que es la muerte eterna (Mateo 20:28). Él expió las demandas de la ley de Dios (Juan 3:16; Romanos 6:23). El dolor, la humillación y el abuso que merecemos, Él mismo lo tomó.
El profeta Isaías profetizó acerca de Jesús, “Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido” (Isaías 53:4). El hecho de Jesús sufrió y murió por nosotros, y no por sí mismo, se reitera nueve veces en los versículos (4-6). Lo que Jesús hizo, lo hizo voluntariamente y con alegría, para que los pecadores condenados pudieran ser salvos.
La vida del Creador por sus criaturas
Siendo el Creador de todo, la vida de Jesús fue más que suficiente para expiar las vidas de Su creación. Al tomar el lugar de Adán, Jesús se convirtió en la cabeza de la raza humana y murió en la cruz como su representante. “Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados” (1 Corintios 15:22). Así, en cierto sentido, cuando Cristo murió, toda la raza murió con Él. Así como representó a todos los hombres, Su muerte representó la muerte de todos (1 Pedro 3:18; 1 Juan 2:2; 4:10; Romanos 5:12, 18, 19).
La muerte de Jesús pagó la pena del pecado
La muerte de Jesús fue suficiente para pagar la pena por todos los pecados. Sin embargo, esto no significa la salvación universal, ya que todo pecador debe aceptar el sacrificio ofrecido por el Salvador para hacerlo efectivo para él. “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios” (Juan 1:12).
No hay apoyo bíblico para limitar la palabra “todos” a unos pocos elegidos, con el resto de la humanidad excluida de recibir la gracia salvadora de la cruz y por lo tanto predestinada a perderse. La Biblia declara, “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él. El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios. Y esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Porque todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprendidas. Mas el que practica la verdad viene a la luz, para que sea manifiesto que sus obras son hechas en Dios” (Juan 3:16 y Efesios 1:4-6).
La muerte de Jesús otorga la victoria
Jesús no solo murió para ofrecer una expiación por el pecado para liberar a los pecadores arrepentidos de la muerte eterna (Apocalipsis 20:5, 14). Pero Él también proveyó para su victoria sobre su naturaleza corrupta y pecaminosa y su andar en vida nueva. El apóstol Pablo declaró, “¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte? Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva” (Romanos 6:3 4, también ver Gálatas 2:19, 20; Filipenses 3:10; Colosenses 3:3).
Así como la muerte de Jesús tenía en vista la resurrección (Romanos 4:25), así también la justificación no se detiene con la muerte del creyente al pecado. Más bien, esta muerte al pecado conduce a otra vida poderosa y nueva. La justificación conduce a la santificación completa del creyente y a la victoria sobre el pecado. Y él puede triunfalmente declarar, “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Filipenses 4:13).
En Su servicio,
BibleAsk Team