Dios perdonó a Adán y Eva y les dio otra oportunidad de vivir. Pudo perdonarlos a través del plan de salvación (Génesis 3:15). Jesús se ofreció a cargar con su castigo (Isaías 53). Dios no solo es infinitamente amoroso, sino que también es infinitamente justo (Isaías 45:21). En el gobierno de Dios, una ley quebrantada requiere un castigo. Y la pena por el pecado es la muerte: “Porque la paga del pecado es muerte” (Romanos 6:23).
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La justicia
La justicia divina requería que el pecado cumpliera su castigo. Pero la misericordia divina ya había encontrado una manera de perdonar a Adán y Eva y redimir a la raza humana caída—por el sacrificio voluntario del Hijo de Dios (1 Pedro 1:20; Efesios 3:11; 2 Timoteo 1:9; Apocalipsis 13: 8).
Si un juez simplemente perdonara cualquier crimen, no pondría fin al mal. Imagina un mundo sin justicia. ¿Alguien querría vivir en un mundo así?
El amor de Dios
El amor y la justicia de Dios se cumplieron en la cruz. Jesús murió por nuestros pecados para que tengamos vida eterna. “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16). Juan exclama “Mirad cuál amor nos ha dado el Padre” (1 Juan 3:1). Las palabras no logran expresar la profundidad de ese amor eterno e inmutable, y Juan simplemente invita a los hombres a «mirar» (1 Juan 3:1).
Si bien Dios no pudo perdonar ni olvidar el pecado de Adán y Eva, hizo algo mucho más grande. La expresión suprema del amor divino es el don del Padre de su propio Hijo, a través del cual nos es posible ser “llamados hijos de Dios” (1 Juan 3:1). Porque “cuando aún éramos débiles” Cristo murió por nosotros (Romanos 5:6-8). Verdaderamente, “nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos” (Juan 15:13).
En Su servicio,
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