El llamado de Jonás
Dios ordenó a Jonás que fuera a predicar a los malvados habitantes de Nínive (la capital de Asiria) el mensaje del arrepentimiento o serían destruidos por el fuego (Jonás 1:1-2). Pero Jonás, en lugar de obedecer el mandato de Dios, huyó a Tarsis, una ciudad en el sur de España, que está a más de 2500 millas en dirección opuesta a Nínive. Jonás fue a Tarsis para escapar de su deber y acallar la voz de su conciencia.
El desaliento de Jonás
Mientras Jonás pensaba en las dificultades y las aparentes imposibilidades de esta directiva, estuvo tentado a cuestionar la sabiduría del llamado. Desde un punto de vista humano, parecía como si nada pudiera lograrse proclamando el arrepentimiento a esa ciudad malvada. Olvidó por un momento que el Creador a quien adoraba era todo sabio y todopoderoso.
Mientras vacilaba, todavía escéptico, Satanás lo venció con desánimo. El profeta se apoderó de un gran temor, y “se levantó para huir a Tarsis”. Yendo a Jope, y encontrando allí una nave lista para zarpar, pagó su pasaje y “entró en ella para irse con ellos” (Jonás 1:3).
En la comisión que le fue dada a Jonás, se le había asignado una gran responsabilidad; sin embargo, Aquel que le había ordenado ir pudo ayudar a Su siervo y concederle la victoria. Si Jonás hubiera obedecido sin dudar, se habría salvado de una terrible experiencia y habría sido grandemente bendecido. Sin embargo, en la hora de la desesperanza de Jonás, el Señor no lo dejó. A través de una serie de pruebas y providencias inusuales, se restauró la fe de Jonás en Dios y en su poder infinito para salvar.
La intervención de Dios
No por mucho tiempo se le permitió a Jonás continuar sin interrupciones en su loca fuga. “Pero Jehová hizo levantar un gran viento en el mar, y hubo en el mar una tempestad tan grande que se pensó que se partiría la nave” (Jonás 1:4). Según cuenta la historia, Jonás le dijo a la gente en el barco que él era la razón de la tempestad y que, si lo arrojaban al mar, la tempestad cesaría. Y eso fue lo que sucedió (1:4-16).
Pero el Señor en su misericordia, “tenía preparado un gran pez que tragase a Jonás; y estuvo Jonás en el vientre del pez tres días y tres noches” (Jonás 1:17). Allí, Jonás se arrepintió de su pecado y dijo: “Invoqué en mi angustia a Jehová, y él me oyó” (Jonás 2:1). Entonces, el Señor ordenó al pez que expulsara a Jonás. Y Jonás estaba listo para reanudar su misión original dada por Dios.
Dios empodera a sus hijos para hacer su buena voluntad
Si, cuando Jonás recibió la orden por primera vez, se hubiera detenido a pensar racionalmente, podría haber sabido cuán imprudente sería cualquier intento de su parte de escapar del deber que se le había encomendado. Pero al igual que el joven gobernante rico, se negó a someter su propia voluntad a la voluntad de Dios (Mateo 19:21, 22). Jonás encontró el mandato de Dios demasiado “difícil” de soportar, y por eso sintió que, en esta situación, no caminaría con Dios (Juan 6:60, 66).
Jonás no se dio cuenta de que cuando Dios le impone a una persona un deber para que lo lleve a cabo de acuerdo con Su voluntad, lo capacita con la fuerza y la gracia para llevarlo a cabo. Porque con cada comisión divina viene la fuerza para cumplirla. Jonás cometió el error de no poner “primeramente el reino de Dios y su justicia” (Mateo 6:33). Y debido a que rehuyó la tarea que se le encargó llevar a cabo, se colocó en una posición en la que, de no ser por la intervención del amor divino, podría haber perdido su alma.
En su Servicio,
BibleAsk Team